La ambigüedad de la naturaleza humana. Historias de belleza y muerte
«The End of Innocence» es el sugerente título con el que la Fundación Sorigué presenta por primera vez en nuestro país la obra del artista británico Mat Collishaw (Nottingham, Reino Unido, 1966), uno de los iconos de la conocida como generación de los Young British Artists, un grupo artístico contracultural surgido en Londres en torno a los años 80.
Valiéndose de elementos inconfundiblemente barrocos, maneja la ironía del contraste: la belleza entraña un desenlace fatal, y la muerte —tan enigmática como inexorable— esconde una fría esfinge entre sus entrañas, de efímera belleza, no ya física, sino espiritual. Y es esta suerte de espectral turbación de la que el artista británico se vale para recrear su particular visión poética, de índole más dramática que trágica, haciendo especial énfasis en lo transitorio de la vida, una suerte de enfrentamiento y aceptación del lado oscuro, una celebración de la contradicción con la solemnidad de un ritual litúrgico.
Singulares vanidades reinterpretadas por el artista británico e inspiradas muchas de ellas en las obras de algunos de los grandes maestros, perseverando, como ellos, en lo efímero y pasajero de la vida, en la intrascendencia de lo tangible y en la fragilidad de la existencia.
Desmenuza con habilidad conceptos tan aparentemente dispares como cambio y armonía, distanciándose valientemente de los márgenes y aportando un aliento místico a todas y cada una de sus representaciones. La luz es cuidadosamente orientada y recrea una sinfonía de impactos visuales imaginarios de efecto hipnótico y cautivador. Un espectáculo sensorial que transporta a otros tiempos, no siempre pasados. Un hábil manejo de la tecnología, que en este caso —lo que me resulta extraordinariamente notable— ha sabido el británico manejar con equilibrio y destreza, una curiosa rareza en los tiempos que corren, plagados de desatinos y torpes intentos de realismo obsceno donde nada encaja y mucho chirría.
La constante transformación de todo cuanto nos rodea, incluso cuando se muestra inerte, queda latente en ese hilo conductor a través del que fluye un relato diríase que sinfónico, a veces holográfico, que no pretende culminar con final apoteósico, sino sugerir una continuidad que aparece y desaparece a la vista y cuya contemplación trastoca delicadamente la percepción. Es más susurro que grito. Una confidencia. Un hálito. Y es que lo más simple puede llegar a ser complejo, pero nunca complicado.
«The Centrifugal Soul», es un delicado zoótropo que a modo de instalación artística en mitad del claroscuro de la sala, crea una ilusión de movimiento moderno gracias a la persistencia de las imágenes en la retina, mediante el uso de una luz estroboscópica que ilumina intermitentemente las figuras en pequeñas fracciones de segundo, produciendo efectos carentes de distorsión. Un encaje de conexiones psicológicas que inevitablemente absorben al espectador hacia su interior, un ojo de huracán donde tiene lugar una parte del misterio de la vida, de la reproducción, de la continuidad de lo conocido y lo ignorado.
Collishaw elige bien las herramientas tecnológicas de las que valerse para potenciar el contenido simbólico de sus obras, dotadas de una faz aparentemente hermética e impenetrable si se contempla desde un punto de vista exclusivamente racional, si bien amables en lo emocional, y muy volcadas en la constatación de lo que hay, de la belleza de la vida, del tránsito a través de ella, de su conclusión. Plantas e insectos en sus diferentes formas de desarrollo atrapan la atención del artista, muchas veces cautivado por algunas de las más icónicas obras maestras de la historia del arte, como el caso de la delicadísima reinterpretación —diría yo mejor aggiornamento— de la acuarela de Durero «Aquilegia Columbine», a la que dota de una sutilísima ilusión de movimiento. Son criaturas muertas, que no silenciadas.
Otra de sus obras más cautivadoras, «Albion», que sí pudo verse en el Jardín Botánico de Madrid, representa un árbol centenario del legendario bosque de Sherwood, magnífica alegoría de la inclemente confrontación entre lo acaecido y lo imaginado, el afán por preservar lo que a veces sólo existió en la mente, lo que nunca pasó, pero sí fue.
Una tercera pieza, «The Corporeal Audit», incorpora una luz láser para recrear una espléndida y sobrecogedora imagen espectral del cuerpo sin vida de Jesucristo. Todo ello espléndidamente producido por Fundación Sorigué, que una vez más hace gala de sus tablas e invita al público a vivir una brillante experiencia visual que no se limita a presentar arte, sino que lo pone en valor y le otorga rotundidad, implicándose activamente con el objeto de enfatizar el comunicado del artista en cada una de sus propuestas: paredes en armonía cromática, luces de acento, espacios generosos que sugieren ser recorridos con calma y audaces contrastes lumínicos para resaltar el predominio de las piezas más singulares.
Una exposición salpicada de mensajes encriptados, una perspicaz distorsión de la realidad que accede al territorio del subconsciente para provocar —o invocar— una reflexión, al mostrar el artista, sin enmascaramiento alguno, su peculiar modo de ver la ambigüedad del ser humano.