ARTE, MEMORIA E IDENTIDAD

El arte como herramienta de cohesión


Ciertamente, la identidad está irremediablemente ligada a la memoria, y ésta es a su vez la base de todo proceso de edificación de una nueva sociedad.


Lo que habitualmente se suele entender como elementos de cohesión social son aspectos tales como la solidaridad, la identidad o el sentido de pertenencia y arraigo a una comunidad o a un determinado contexto socio-cultural y geográfico por parte de las personas que lo integran. Pero el creciente aumento de las poblaciones, la «desterritorialización» espacial y cultural, las migraciones, los mecanismos políticos de inserción y la siempre cuestionable cultura del ocio de las sociedades modernas, especialmente en países desarrollados, han ido poniendo en serio peligro gran parte de aquello que define el espíritu propio de una determinada cultura, y que aglutina a una comunidad.

El arte desempeña un papel muy importante como elemento de armonización y cohesión entre diferentes colectivos habitualmente muy distanciados por su historia, sus creencias, valores y estilos de vida. A través de la creación artística se provocan interesantes diálogos estéticos y poéticos, capaces de transmitir mensajes de gran impacto didáctico, porque respetan la identidad, la muestran y la promueven, aunque actualizándola para facilitar su comprensión, haciendo su lenguaje más accesible a las nuevas generaciones, incrementando su magnetismo y potenciando su valor. Es, en cierto modo, un rescatador de las fuentes originales de las que beben las diferentes culturas, y todas ellas son cruciales en el proceso de reflexión y entendimiento de la historia de la humanidad.

Existen además profundas imbricaciones entre cultura, arte y ecología, porque la mayor parte de las experiencias artísticas son interdisciplinares, y gracias a su narrativa pueden colaborar en gran medida en la solución de conflictos, y no solamente de ámbito local.

Existen ejemplos muy ilustrativos de esta tendencia que busca renovar la tradición, tanto en lo que se refiere a los temas de inspiración como a los estilos de trabajo. En Japón, por ejemplo, son muchos los artistas que han buscado una renovación de algunas de las más icónicas artes clásicas japonesas, como el grabado, el bordado, la pintura floral o la caligrafía. Rieko Morita (Kobe, 1955) o Takashi Murakami (Tokio, 1962) son dos perfectos exponentes de este concepto de trabajo que incorpora matices contemporáneos a las más convencionales tradiciones artísticas japonesas. Murakami, además, centró el discurso de su trabajo en criticar el exceso de «occidentalismo» en el arte japonés contemporáneo. En África, destacan artistas como el nigeriano Yinka Shonibare (Londres, 1962) premio Turner 2004 y miembro de la Orden del Imperio Británico, una distinción otorgada por el rey de Inglaterra a personas cuya labor haya sido realmente significativa. Su trabajo se sumerge en la identidad cultural y el colonialismo en un mundo globalizado; o El Anatsui, uno de los artistas más importantes del continente africano, quien ha buscado contar la historia de su tierra desde la representación de las heridas del colonialismo y sus consecuencias en la historia de sus pueblos y de su cultura.

Crear obras de arte para recordar, nunca olvidar, memorizar y poder contar y transmitir. Insistir en la voluntad de rememorar todo aquello que marcó nuestro progreso, que nos convirtió en lo que somos, y sin cuyo reconocimiento el horizonte se desdibuja, en clara confrontación con todo aquello que busca desprendernos del pasado, porque lo considera imprescindible para avanzar sin lastres. Ciertamente, la identidad está irremediablemente ligada a la memoria, y ésta es a su vez la base de todo proceso de edificación de una nueva sociedad. Y concluyo con una cita de José Saramago: «Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia». Difícil expresar tanto con tan poco.

Publicado en revista CERCLE. Año 7. Núm. 15. 2022