Vanitas: Tributo a lo efímero
Vanitas es el término latino que traducido como vanidad en castellano, hace referencia al vicio maestro o al comienzo de todos los pecados, como rezan los clásicos.
Procede de un pasaje del Eclesiastés: Vanitas vanitatum omnia vanitas (vanidad de vanidades, todo es vanidad). El mensaje que transmite no es otro que el de la insustancialidad de lo mundano, carente de todo alcance frente a la vida eterna, frente al irremediable destino humano, que no es otro que la muerte.
Sin embargo, dentro del contexto pictórico, el término designa un estilo muy peculiar de naturaleza muerta o bodegón, muy propio de la época barroca, y caracterizado por un profundo simbolismo y carga espiritual, donde todos y cada uno de los objetos representados son una alegoría de la fragilidad y fugacidad de la vida. Su principal finalidad era la de inquietar al contemplador y provocar una profunda reflexión sobre la transitoriedad de la existencia humana.
La vanidad es una forma de vanagloria que alude a lo efímero del momento y a la vanidad del género humano. Es, en definitiva, el orgullo de la banalidad. Las composiciones, ricas en elementos propios de la superficialidad y apego humano a todo lo material, incluyen como pieza central el Memento mori (recuerda que vas a morir).
Los signos que una vanidad contiene son perfecta y claramente identificables, no ofreciendo lugar a dudas. El casi omnipresente cráneo, aparece frecuentemente junto a la cruz y en gran parte de las representaciones de la pasión de Cristo. El Gólgota o calvario, lugar donde se creía enterrada la calavera de Adan y donde Cristo fue crucificado, rememora la forma humana y divina de Cristo, así como la muerte, que desde una creencia cristiana, no es más que el renacer a otra vida.
Contrariamente a lo que venía sucediendo con los grandes lienzos históricos, creados esencialmente para ser expuestos al mundo exterior en un alarde de ostentación y gloria, las vanidades solían ser para uso privado e íntimo. Su esencia, didáctica, enfrentaba al espectador a una honda meditación, guiándole mediante profusión de elementos simbólicos a la introspección, valiéndose a veces de la representación de sueños.
Entre tales objetos simbólicos, el cráneo humano, los relojes, las frutas o las flores marchitas simbolizando la senescencia, son elementos comunes que reflejan el imparable paso del tiempo y lo perecedera que es la belleza y la lozanía. Fue un género muy considerado, especialmente entre artistas holandeses, aunque existen extraordinarias piezas de la paleta de pintores de otros muchos países, como la exquisita precisión naturalista del francés Jacques Linard, la sofisticación manierista del flamenco Philippe de Champaigne, el italiano Francesco Solimena o, ya en España, el vallisoletano Antonio de Pereda, el poco conocido y magistral Andrés Deleito o el sevillano Juan de Valdés Leal, especialmente conocido por sus pinturas de jeroglífico en torno al tema de la decadencia humana en sus postrimerías.
Durante todo el siglo XVII, estos bodegones de claro propósito aleccionador se convirtieron en objeto de culto entre los más devotos. Sin embargo, durante los siglos XIV y XV, la elevada mortalidad a consecuencia de de las enfermedades (como la Peste Negra) o las guerras, la preocupación por la muerte tuvo una gran repercusión en el arte, que siempre ha desempeñado un papel relevante en escenarios de miseria y desesperación. Aunque con el Renacimiento la representación de esta angustia por el desenlace final pareció desvanecerse del panorama del arte durante muchos años, el género recuperó todo su esplendor y apogeo durante el movimiento Barroco, muy especialmente de la mano del simpar Caravaggio, excelso representante del tenebrismo.
Este tipo de licencia pictórica, considerada durante los siglos XVIII y XIX como excesiva, comenzó a reaparecer tímidamente en los lienzos de algunos románticos como Gericault o, más adelante, en los trabajos del postimpresionista y precursor del cubismo, Paul Cézanne, con su conocido bodegón de cráneos apilados. Con posterioridad, grandes artistas de la talla de Pablo Picasso, Braque o Gerhard Richter, entre otros, han recreado las más diversas reinterpretaciones de la vanitas, evidenciando una vez más la constante turbación y desamparo que ronda la mente humana al ser privada de todo cuanto corpóreo y terrenal se le hubo concedido.