Esta madrugada, el pintor Juan Genovés (Valencia, 1930), falleció de muerte natural, pocos días antes de cumplir 90 años. Mantuve trato con él desde la primera entrevista que amablemente me concedió, hace ahora siete años.
Inquieto y comprometido con el arte, la sociedad y su entorno, Juan Genovés ha formado parte activa de distintos colectivos de significación en el contexto de la España de la posguerra donde ya pudo dejar constancia del carácter provocador de su pintura. A partir de los sesenta, el planteamiento de casi toda su obra comenzó progresivamente a rotar en torno a la dualidad individuo-multitud, sugiriendo una honda reflexión social sobre el sujeto anónimo, el hombre corriente atrapado en el espacio y en el tiempo, errático, arrastrado por la fuerza de lo desconocido, desubicado y aislado.
Tenía su estudio en Madrid, en un edificio anexionado a la vertiente sur de su casa, una construcción de muros blancos custodiada por grandes árboles. Celoso de su intimidad, nos hablaba de ello en una entrevista exclusiva que me concedió en el año 2013: «Estoy casi en mi taller perfecto, con mucha luz, y donde he conseguido acomodar unas condiciones muy apropiadas a mi gusto. Es enclaustrado en mi estudio donde mejor me encuentro, especialmente cuando me levanto a trabajar antes del amanecer» –confesaba el artista valenciano.
«Mi casa no tiene cuadros en las paredes, porque si los hubiera, los pintaría sin darme cuenta. Por eso tengo las paredes en blanco. Hay muchos cuadros que se me rebelan y a los que tengo castigados de cara a la pared»
Me solía decir que siempre había considerado al artista un desfasado de la sociedad, contrario a una existencia conformista y bastante comparable a un cazador, siempre escopeta en mano, preparado para disparar.
Decía no entender por qué la pintura es el único arte que se supone que tiene que verse de pie.
«Es reconfortante comprobar que hay gente capaz de pasar largos ratos contemplando una obra, porque un cuadro hay que vivirlo, es una obra de amor que te tiene que seducir cada día. Te sientas y esperas a ver qué pasa, si consigues entrar dentro del cuadro. Porque para eso son, para hacernos pensar. Intento profundizar en las cosas. Parece que las personas se pasan la vida patinando, viendo muchas cosas pero sin profundizar en nada; es una sociedad vacía y yo busco justamente lo contrario, meditar sobre lo que sucede en esta sociedad, complicada porque los humanos somos difíciles»
A mis preguntas sobre su singular visión de la metrópolis, con una perspectiva un tanto desoladora, Genovés se explayaba en su reflexión:
«Creo que sobre todo ha de haber espacio para la reflexión, porque si sólo flotamos, es como si no estuviéramos. Puede parecer complicado pero sigue siendo la actitud más noble del ser humano, la que nos conduce a buscar la verdad de cada uno. Los personajes de mis cuadros, dentro de la multitud que los engloba, están diferenciados. Utilizo recursos y trucos en los que me entretengo con el fin de distinguirlos»
Juan Genovés nunca deseó ser juzgado por cualquiera que sólo se basara en las reproducciones que existen de sus cuadros, porque una pintura debe ser contemplada en directo para evitar crear mitos, y así me lo decía.
Rememorando las obras que componían su colección personal, de las épocas de la dictadura, de la lucha, cuando pintaba poseído por un espíritu muy político:
«Ahora, al contemplarlos, compruebo que ese sentido se ha esfumado. Con nuevos ojos, todo ese dolor y dramatismo ha quedado destilado y convertido en el aroma de la época. Son los mismos cuadros, pero yo ya no soy el mismo»
Hablaba con entusiasmo. Su tono, además, era afable y sencillo. Apetecía charlar y seguir indagando en lo más hondo de sus emociones, que sonaban tan joviales y campechanas, que nadie diría que surgían de los labios de un hombre de su edad.
«Es el espectador el que hace el cuadro (...) para mí, la pintura es el arte más libre. Cuando uno ve una película o escucha música, casi no puede pensar, porque va detrás del tema, sin denigrar ninguno de los géneros, por supuesto. Sin embargo en el cuadro, uno mira donde quiere, es como un símbolo de la eternidad, una reflexión sobre cada fragmento elegido. Por eso me entristece ver cuando la gente apenas dedica unos segundos a su contemplación. Desconfío de toda generalidad»
No pude evitar formularle la pregunta del millón: que me difiniera el arte. Reflexionó unos segundos y me dijo: «La verdad es que no lo sé, porque cada vez que me enfrento a un cuadro, me encuentro con cosas diferentes. Sé que es algo subjetivo, ocasional, complicado, que no debe sistematizarse. El arte no es ciencia. El arte es arte».
«Dejé de ser un resistente en política para serlo del arte»
«El miedo es el enemigo del pintor; por eso me levanto antes de que amanezca, sabiéndome presa de ese medio sueño que aún arrastras, porque entonces no sientes miedo alguno y puedes llegar a pintar cualquier barbaridad. Entonces me suelto de verdad. Y es que como pienses demasiado puedes quedarte paralizado. Las tardes, sin embargo, son para la reflexión»
Muchos de sus cuadros reflejan el drama de la soledad en medio del gregarismo, de la marginación del individuo, de un maridaje entre libertad y confusión en la plenitud de una época marcada por el individualismo. Sus personajes son frecuentemente contemplados desde un cierto distanciamiento que, paradójicamente, invita al acercamiento. Cuando esto sucede, surgen pequeñas concreciones matéricas. Todo un juego de percepciones que completa gran parte de su discurso simbólico.
Le pedí que compartiese algo especial, alguna historia de aquella época en la que se apuntaba a todos los bombardeos, activista en todos los frentes a favor de la libertad y le insistí en ello:
«¡Son tantas cosas que no tengo ni paciencia para escribir. Muchos de esos recuerdos pertenecen a hazañas colectivas: fundar una asociación de artistas donde nos reuníamos clandestinamente en tiempos de la Dictadura o conseguir el Círculo de Bellas Artes para los artistas,…conseguimos muchas cosas juntos. Una vez nos encerramos más de ochenta artistas en el Museo del Prado. Recuerdo el pánico que teníamos en la sala de Goya, por la noche, cuando la policía intentaba desalojarnos,…¡y el miedo era que destrozaran alguno de los cuadros!...salió hasta en la prensa internacional»
Leal a la galería Marlborough, con la que trabajaba desde 1958, tras fijar su residencia en Madrid, Juan Genovés siempre ha sido, por encima de todo, un artista fiel a sus principios, que se supo mantener firme en su apuesta por un arte libre, de gran calado y sin concesiones, y que tras la celebridad de su rozagante nombre con regusto mediterráneo, no ha abandonado de un modo u otro, el dinamismo y el empeño por ahondar en lo más hondo de la esencia del hombre y de sus ansias de libertad. Hoy sus multitudes guardan silencio. Descansa en paz, maestro.