PORTADAS LLEI D'ART

30 COLECCIÓN PORTADAS LLEI D’ART 9 Año 6 – Núm. 9 – 2012 Borja Buces Renard Pruden (detalle/ detail ), 2012 Óleo sobre lienzo encolado sobre madera Oil on canvas glued to frame 160 x 160 cm. EL DESAFÍO Cierto parece que en nuestros pecados están nuestras condenas. Escapando irracionalmente de nuestra inicial condición de seres capaces de amar y sentir, nos hemos refugiado en la gruta de la vanidad, donde el color se torna en sombra y el ardor de nuestros corazones se congela bajo la escalofriante frialdad de la negación del alma. Lanzamos el instinto, injustamente tenido como vergonzoso, por la ventana, para conver- tirnos en plásticos moldeables a capricho de la voluble sociedad moderna. Sólo algunos lloran por él, aquellos que han llegado a darse cuenta de que no todo debe ser forzosamente modelado para alcanzar la calidad. Hay una sensibilidad sentida, profunda y arraigada, que no desea sentirse intimidada sin previo aviso, y que es resultado de una percepción, más o menos desarrollada, y que suele implicar una cierta complici- dad, según el impacto de lo percibido. Se rige por emociones, demasiadas veces reprimidas, y suele fondear en puertos de aguas sosegadas y claras, porque su expresión reporta confianza y satisfacción. Es la persistencia del recuerdo lo que hace a la experiencia inmortal y transferible, al menos en su esencia. Es la invocación de la esencia, el desafío de la supervivencia. Esas leyes que, como impronta, quedan rubricadas al fuego sobre la superficie del corazón humano, son parte de nuestro genoma, y nos convierten en algo único, con un potencial incalculable para hacer el bien y amasar el valor y fuerza necesarios para someter a cualquiera de los demonios que ose pretendernos. Pasa el tiempo y con él, el viento arrastra episodios de pequeñas historias que en su día parecieron colosales pero que ahora apenas son descoloridas remembranzas. Nada permanece y nada importa tanto como aquello que llenó lo que tras nuestro paso no es más que vacío. THE CHALLENGE It seems true that our condemnation is in our sins. Irrationally escaping from our initial condition of beings able to love and feel, we have sought refuge in the grotto of vanity, where colour becomes shade and the burning of our hearts is frozen beneath the chilly coldness of the negation of the soul. We launch our instinct, unjustly held as shameful, our of the window, to become plastic malleable to the whims of voluble modern society. Only some will cry over this: those who have realised that not everything has to created by force to reach quality. There is a noticeably, deeply rooted sensitivity that does not want to feel intimidated without prior warning. This is the result of a more or less developed perception that implies a certain complicity according to the impact of what is percieved. It is ruled by emotions that are too often repressed, and plumbs in clear, unburdened waters as the very expression of it brings trust and satisfaction. It is the persistence of memory that makes the experience immortal an untransferrable, at least in its essence. It is the invocation of this essence, the challenge of survival. These laws that, like a mark heat-sealed onto the surface of the human heart, are part of our genome, make us something unique with an incalculable potential for doing good and harm, for summoning the strength and valour necessary to overcome any of the demons that dare circle us. Time passes, and with it, the wind brings episodes of small histories that in their day seemed colossal, but now are just faded memories. Nothing lasts forever, and nothing is as important as the nothing that fills the empty space we find behind our own steps.