LIBRO - CATÁLOGO HAITZ DE DIEGO

THE VISION - Haitz de Diego 12 experimentar tal grado de transferencia entre la obra y su contemplador. Esta es una de las razones principales por la que siempre insisto en la importancia de «mirar des- pacio», una rara habilidad que se adquiere y sin la que resulta difícil «ver», entender —pero sobre todo comprender— el potencial de una obra de arte, sea cual fuere. Y mucho menos sentirla. Haitz idealiza cada objeto que representa, libe- rándolo de todo ruido exterior y mostrándolo en toda su desnudez dentro de una composición a la que rinde pleitesía y con la que se funde para ex- presar algo profundo mediante un lenguaje artís- tico enigmático, casi sibilino, e indefectiblemente contemporáneo. La inquietud interior, algo inherente a todo artis- ta que se precie, unida a una poderosa intuición, le permite crear escenas complejas, aunque no siempre sea esto algo evidente, donde diferen- tes integrantes, a modo de figurantes, orbitan en torno a un elemento central que queda de este modo poetizado y envuelto entre velos que, a modo de celadores, custodian la forma original convirtiéndola en una suerte de destilado, que no es sino la esencia del mensaje primigenio. Forma parte de la naturaleza del artista el enfocar su atención en su propia y acuciante necesidad interior; en su hambre espiritual. Este es uno de los puntos esenciales y más cautivadores en la obra de Haitz: su visión deja entrever el compo- nente abstracto de la forma representada, y ese componente abriga, en su propia ambigüedad, toda la pureza epistolar de la narración. La forma es en sí una pista que deja entrever el rastro a seguir, hasta el punto que, una vez este marcado, la propia forma deja de ser relevante y queda convertida en una anécdota. Es entonces, cuando se produce la revelación y la obra de arte —totalmente al desnudo— se muestra y penetra en el espectador en todo su esplendor, teniendo lugar una epifanía. En eso consiste el descifrado —aunque solo al- cance a ser parcial— de una obra de arte. Un proceso gradual en el que el espectador va paulatinamente entrando en armonía con la re- presentación hasta que todo atisbo de fricción perceptiva desaparece y ambos —espectador y obra— entrarían en algo así como una «reso- nancia espiritual». Me refiero con ello a que el objeto visualizado globalmente, es decir, tanto en

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