ANTONIO DÍAZ GARCÍA - ESCULTURAS
¡Imagen de Antonio Díaz! ¡Heterodoxo, instintivo, intuitivo, sensible, bus- cador, secluso, a su aire! Imagen primera, la de su obra, en la Lleida despo- jada y anómala, que no es la de Màrius Torres, pero que está ahí, por unos pocos que empujan. Y sus obras eran una amalgama de fuerza y de azar, de pasión y ansiedades, una torrentera de visiones diversas que anunciaba a voces el amor desbordado de un descubridor de rendijas por donde se ve la luz. Y lo oscuro. Canta Leonard Cohen: “ Hay una grieta en todas las cosas, así es como la luz entra ”. Había…muchas rendijas, perspectivas, propuestas, con referencias incluso de aquellos a quienes no conoce. No es extraño, a veces se coincide, se siente de forma semejante, pero nunca se puede igno- rar el pasado y menos, en el mundo del arte. Hemos de conocer la tradición para que continúe, para que nuestra proposición la prorrogue. Toda copia es anulación de la estima. Es una negación. Más tarde, conocí al escultor, fugazmente, haciéndome unas fotografías en- tre sus piezas, para una entrevista que me había hecho Luisa Noriega. Se le veía ganas de preguntar más que de explicar. Aunque lo ocultaba, estaba ansioso por entrar en conversación, por dialogar con uno de la tribu, ajeno a su cotidianidad. Pero, sonreía, callaba, miraba, no se atrevía, el pudor le frenaba. Pasó el tiempo y nos volvimos a encontrar, esta vez en Alpicat, donde Luisa Noriega, siempre activa como un torbellino, presentaba una propuesta conciliadora de arte diverso. Estaba allí, aspecto mollar, con sus piezas y su aire bonachón o contenido, tímido, recluido en un mundo que adivina y no acaba de perfilar. Hablamos y me presentó a Cinto Casanovas, jesuita y escultor, con gran admiración, con cariño, respeto. Yo le observaba, pero él iba a sus sueños, dejándose escrutar, mostrando a raudales la ternura y la inocencia que le dan sentido y determinan su campechanía, su palacio A rtista inocente, titán salvaje:
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