ANTONIO DÍAZ GARCÍA - ESCULTURAS
Sucedió así cuando, casi por azar, me encontré frente a frente con una obra prácticamente anónima, aunque ungida con aceites que huelen a olivo y a salvia, de noble casta. Era una colección apabullante, que no daba demasia- das opciones a partir de las que poder hacer objeciones. Todo aquello salía de muy dentro de aquel sencillo hombre, quien, como un volcán a punto de erupción, parecía tener tanto que desvelarnos desde lo más profundo de sus entrañas, que llegaba a intimidar. Brutal, vigorosa, potente y certera, la obra de Antonio se me antojaba tan inusual como triunfante. Y cuando se refería a ellas, un tropel de palabras casi atropelladas intentaba definir lo que para él significaba haber conseguido salir victorioso de una batalla más, haber tenido, aunque solo fuera durante unos insignificantes instantes para el respiro, una casi inexplicable sensación de gloria por haber sentido blando el intransigente hierro entre sus manos. Ese azoro con el que deseaba irradiar quedaba ahogado entre sus palabras, escasas para tanto tumulto de emociones. Sin embargo al contemplarlas, y muy especialmente al ver a Antonio enfrentarse con bravura a las fauces de la fragua, al sentir los impactos del martinete marcar el ritmo de su corazón, acelerado y encendido, lidiando a lomos de su leal yunque, batallando como un gladiador, solo entonces pude comprender lo que me quería decir. Allí no había rincones donde buscar, ni tapaderas, ni escondrijos, ni fórmulas mágicas. Plasmando sueños sobre el suelo de su taller, un hombre llano y sin guarnición dibujaba su imaginario con tiza blanca sobre el tosco suelo, recomponiendo su realidad una y otra vez, reinventando vivencias, ponién- doles cara, enfundándolas en una piel. Dispuestas ya como para desfilar el día de la victoria, cada una de sus devo- tas creaciones, perfectamente alineadas, parecían cofrades de una silenciosa procesión. Solemnes y mudas. Henchidas de emociones como una piñata. Imponentes en su entrañable frialdad. Y puesto que si algo he defendido en mi profesión ha sido la honestidad en la creación artística, refiriéndome con ello a esa actitud limpia y clara que hace que alguien, un día, quiera y sepa dar forma a una fantasía, a un proyecto, sin que nada ni nadie lo condicione, me dejé seducir por esas curiosas formas que, de un modo casi magnético, acaparaban mi atención y alimentaban mi interés. Es éste quizás el tipo de hechizo por el que decidí un día, hace ya tiempo, hacer una especial concesión dentro de mis estrictas tendencias figurativas, para zambullirme de lleno en una propuesta que, no solo coqueteaba con la abstracción, sino que abría nuevos caminos dentro del arte de vanguardia. Este libro que hoy presentamos es el resultado de mucho esfuerzo por parte de todos, desde los excelentes profesionales que han colaborado en su ejecu- ción, hasta los amigos y familiares del artista, que han querido formar parte
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